«El telegrama Zimmermann», de Barbara W. Tuchman

Los diplomáticos de la Primera Guerra Mundial

Desde que el mundo es mundo ha existido la ambición y el deseo de dominar al vecino de enfrente. Cuando no existía Estados Unidos, los chinos, los griegos, los romanos, los bárbaros, los árabes, los españoles, los ingleses, los franceses, nuevamente los alemanes en dos ocasiones –en los últimos casos sí existía Estados Unidos y bien que se notó- han querido quedarse con la tarta entera para una sola potencia.

Y lo más curioso es que, tarde o temprano, siempre se fracasa. En el caso de las dos Guerras Mundiales, el árbitro de la cuestión y quien ha sido capaz de deshacer el empate y quedarse como dueño absoluto del pastel, ha sido Estados Unidos.

En La Primera, según se nos relata en el libro, estaba muy claro que quien lograra el favor de los americanos acabaría ganando la contienda.

Los alemanes, a quienes está dedicada esta concienzuda investigación, idearon un enredo en el que la posibilidad de que entraran en liza potencias como Japón, México o Rusia, podrían suponer suficiente amenaza para que se buscara el amparo alemán y se dejara de lado a los aliados.

En su defecto, se considerase dicha amenaza suficiente peligro como para seguir en la neutralidad.

Sin embargo, un país en guerra, que se ve perdedor y contra las cuerdas, como era Alemania, ataca a la desesperada. El hundimiento de varios barcos comerciales estadounidenses por parte de los alemanes y la Revolución Rusa de 1917 que dejaba a Rusia inmersa en cuestiones internas, animaron definitivamente al pacifista Presidente Wilson a entrar en una guerra a la que más se vio metido alguien de su perfil que fuera a buscarla realmente.

Se trata de un libro de Historia que se lee como una novela. Sus páginas nos atrapan por lo bien que relatan los hechos que acontecieron y por el esfuerzo que tuvieron que hacer espías y diplomáticos de todas las potencias para dar fin a la locura que es la violencia. Más de 300 páginas que, dados los tiempos que corren, deberían leerse para tomar consciencia de a qué puede llegar el descontrol y la ambición. En la cubierta, documentos y objetos de época que nos remiten al mejor cine de espías que podamos recordar.

Adolfo Caparrós

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